viernes, 28 de setiembre de 2007

Puna Madre!

El martes 11set llegamos a Cuzco Martín y yo. La verdad es una bonita ciudad, superó mis expectativas. Ya sólo me falta conocer Ayacucho (y quizá Abancay) para tener en mi registro todas las ciudades de la sierra. En Cuzco visitamos los atractivos de la ciudad: Koricancha, Saqsayhuamán (o sexywoman como le dicen los gringos), además de museos y demás monumentos líticos a la piedra (fo!). El primer día del tour conocimos a 5 gringas de California y lo pasamos chévere, fuimos a comer y anduvimos por ahí con la vida nocturna, además de visitar todas las piedritas de 200 mil toneladas (y cientos de años) con ellas, tomar chicha de jora y comer harta pizza! Ya teníamos el toque femenino que faltaba a la excursión y de paso practicábamos nuestro spanglish.

Estoy feliz porque en Cuzco hay un Bembos y como fanático de éste, he almorzado ahí 3 de 5 días. También comí alpaca y harto mate de coca. Luego visitamos el Valle Sagrado y otras piedras más. Luego más piedras y por último un cerro enorme con muchas piedras, seguido de otro más. Uf! Claro que para eso tenemos que subir miles de escalones de piedra. A estas alturas creemos que los incas construyeron toda la cordillera, desde Alaska a la Patagonia... y quizá el Tíbet.

Luego de Cuzco y sus gringos, visitamos el último santuario gringo: Machu Picchu y que está hecho de pura piedra. Para llegar a MaPi (como le dicen los locales a Machu Picchu) se hace sólo en tren y esto me emocionó mucho ya que era la primera vez que viajaba en este paquidermo motorizado (no estoy contando los trencitos de la feria). Toda una experiencia! Pasamos dos noches en MaPi y en una de ellas quisimos acercarnos a bailar con un par de gringas buenas que nos hacían muchas señas y que estaban por ahí, pero nos llevamos un tremendo chasco, ya que a Martín como a mí no nos hicieron caso y nos dejaron paraditos en medio de la disco con cara de autogol. Qué barbaridad, qué se habrán creído esas gringas, dejar tirando cintura a un par de machos machotes latinos, altos, musculosos, galantes y guapos. Bueno, tenemos dos alternativas: O entendimos mal las señas o de seguro eran lesbianas!, jaja!

En MaPi vimos muchas más piedras y conocimos más gringos, de todas partes, españoles sobretodo y creo que venían a ver la kag"$&/-*%ada que habían hecho sus ancestros, incluso conversando con una pareja de estos nos dijeron que en España les enseñan muy poco de la época de la conquista y que los españoles no eran los malos, sino los indios herejes y que ellos vinieron para evangelizarnos y dejarnos sus apellidos. ¡Gran favor que nos hicieron! Me pregunto si por ahí el motivo no fue el oro... No, que mal pensado que soy.

Luego de unos días regresamos a Cuzco despidiéndonos de nuestras California's Girls, para abordar el tren a Puno, toda una experiencia digna de película de James Bond. Lo único malo es que el viaje dura como 9 horas, pero los paisajes son indescriptibles, para perder el sueño por completo (aunque igual me dormí un ratito) y pasárselo pegado a la ventana, sobretodo cuando se llega al lago "Titijaja" (como le dicen los puneños al lago) y ver el atardecer rosado en la cordillera mientras el Titijaja refleja los últimos colores del ocaso como si fuera un espejo roto en mil pedazos. Al bajar del tren el frio se hace sentir con fuerza, por algo estamos en Puno.
En la puna madre!

Esta zona se encuentra sobre la meseta del Collao que en verdad es una barbaridad de enormidad y seguro también construida por los incas. Uno no puede creer que se encuentra en lo más alto de la cordillera de los Andes porque la meseta es tan amplia como la Amazonía y totalmente plana que se parece mucho a las Pampas Argentinas (pero sin vegetación ni vacas, tan sólo un argentino, el que estaba sentado a mi lado), pero a 4 mil metros sobre el nivel del mar y te lo recuerda a cada paso la falta de oxígeno, sobretodo si se carga un morral de 15 kilos.

En Puno visitamos los puntos de interés de la zona: Navegamos a las islas flotantes del lago, las tumbas que parecen chimeneas y el Yaraví: El primer barco en navegar las frías aguas del Titijaja y que fuera construido en Inglaterra en 1912 más o menos, es alucinante ese barco, todo es de esa época!

Ver el lago ahí y rodeado de cerros es una sensación indescriptible. Incluso ver el horizonte del lago que no es otra cosa que la circunferencia de la tierra, lo deja a uno sin aliento. Es igualito al mar, con olas, espuma y todo... Hasta tiene peces! Luego, para ir a bolivia hay que cruzar en "ferry" por Copacabana (nada que se le parezca a su homóloga de Brasil, ni una sola garotinha!), el bus con nuestras cosas va en uno y los pasajeros en otro. A medio camino el motor se apagó y las olas nos sacudían como un barquito de papel, una gringa a mi lado empezó a sollozar y los marineros bolochos querían que bajemos a empujar! Al final prendió el coso ése y la gringa dejó de llorar (yo la quería aventar por la borda como lastre!).

Llegamos a la capital de Bolivia. La Paz es una ciudad que hay que conocer, está ubicada entre los 4200 y los 3600 msnm y todas las calles son en cuesta con diversos grados de inclinación (horrible) y en verdad ahora veo que los bolivianos están caga$&*+%dos. Los máximos atractivos son los restos de Tiawanako o Tiwanaku y sus monumentos de piedra (dale con eso!), pero mucho más descuidados y deteriorados que los monumentos incas vistos en Perú. Aunque algunos son verdaderamente sorprendentes. Y luego, al sur de La Paz está algo que le llaman el Valle de la Luna , unos cerros derretidos como si fueran velas, algo que hay en algunos otros lugares del mundo también.
Al sur de La Paz se haya una zona llamada San Miguel o Calacoto y su famosa Calle 21 que es un enorme y circular "Boulevard" lleno de restaurantes y tiendas de interés, es la zona donde viven los ricos de Bolivia (sí, hay ricos). Recién en esta zona pudimos ver algunos autos particulares como BMW, Peugeot, Toyota y varias camionetas enormes. Incluso un grupo de chicas en una de éstas nos quisieron seducir (horror!), pero nos escondimos en una cabina de Internet y luego en una pollería, es que ya no queríamos saber nada de "señales" con extranjeras y bueno, las boliches eran extranjeras para nosotros.
En la noche fuimos al Hard Rock Café de La Paz , un HR trucho ya que no tenían ningún instrumento musical ni ropa de ningún famoso, creo que sólo estaba la zampoña de Los Kjarkas y el poncho de "Ivo" Morales. Pero igual, los tragos estaban muy baratos y es que en Bolivia las cosas son muy baratas, más de la mitad. Se siente muy bien tener una moneda fuerte! Así que si quieren mandarme a vivir a Bolivia con mi sueldo actual ¡acepto con gusto! Otra cosa para destacar es que los bolochos son iguales a los peruanos, salvo que con más gente indígena vestida de manera tradicional. Como sea, la gente en las cabinas de Internet u hoteles me habla en inglés... Era un gringo en Bolivia!

Llegó el momento de dejar Bolivia vía Desaguadero (no más ferry por favor!) y justo me llama mi jefe un poco despistado para preguntarme algunas cosas de la chamba. Pero bueno, el bus había salido temprano de La Paz con destino a la llegada de Caminos del Inca en la Plaza de Armas de la ciudad de Cuzco. Ya era 19 de setiembre. Pero tras todo el día de viaje (extrañamos el ten) arribamos tarde y no alcanzamos a ver a Kankkunen chupando su última Pilsen en la vereda de la Plaza de Armas. Así que fuimos a un bar con una chica boliche que habíamos conocido en el bus y por lo menos tuvimos con quien conversar de algo distinto a lo que estábamos acostumbrados el argentino y yo (el espacio y el tiempo, la ley de la relatividad y el escándalo de la Fórmula 1), además lo bueno de estar con la bolocha fue que no tuvimos el problema para bailar que nos pasó en MaPi, jaja.
Vuelo madrugador y vuelta somnolienta a Lima oliendo a camélido americanus, mientras la promesa ofrecida queda en pendiente por visitar al argentino en Bogotá y que espero hacer tangible en algunos meses quizá.

jueves, 26 de julio de 2007

Back to Basic, el trip


Escribe Kike:

02:50 y el claxon de Leoncio junto con el timbrar de mi celular anuncian que el Gran Viaje a Carampoma ("Back to the Basic") estaba por comenzar! Aviéndose superado el inconveniente de la deserción involuntaria (hum...) del Gran Señor Fucko (La Rica), y luego de que Claudio y Herr Leche me mandaran a la misma M, pensamos en que nos quedamos sin la parte femenina en este trip.

05:00 partimos luego de que un ligero mal cálculo en la logística nos hiciera regresar a recoger la cámara fotográfica, el poncho impermeable y la plata que nuestro mesenas Ricardo gentilmente DONASE para nuestro viaje. Además de dejar al Chino (que salía de guardia con el Timo) en su casa y de que Líster hiciera su maleta se cambiara el uniforme y seleccionace una gran variedad musical. Ha, sí, paramos por las pilas y el rollo para la cámara mientras llenábamos el tanque de Arnaldo.

05:10 primer gran problema del viaje, la radio de Arnaldo nos abandonó luego de la primera canción ("Desaparacer" de Huelga de Hambre/ex Zen).

06:00 y rico desayuno en Santa Eulalia por gentil y salvadora cortesía de nuestra querida y temida (sin aluciones personales Leche) tía Maruja nos hiciera despertar por completo.

06:50 emprendemos la subida a Carampoma vía Huinco.

07:10 segundo gran problema: ¿Cómo llegar a Carampoma?
- Timo, Timo... ¿es a la derecha o a la izquierda?
- Hum... Esteeeee...
Y mientras Timmy pensaba tomé el camino de la izquierda esperanzado en encontrar a alguna persona y preguntarle si estábamos en lo correcto.

07:13 - Tío, tío: ¿por acá llegamos a Carampoma?
- Así es papá -con un típico acento andino
- Y supongo que en el camino hay más desvíos, ¿cuál seguimos?
- Todo a la izquierda papá, todo a la izquierda!

07:14 y teníamos grabada en nuestra mente el primer consejo del viaje, "Todo izquierda, todo izquierda" Y durante todo el viaje nos volvimos izquierdistas!

07:20 luego de algunas piedritas que rascaran la pancita de Arnaldo divisamos un hito en nuestras vidas: Huinco y sus papitas rellenas de una china (que al regreso supimos que por la crisis ahora están a una luca tío!)

08:00 llegamos a Autisha (desvío a Marcahuasi y San Pedro de Casta) y seguimos a la izquierda! Habían pasado 40 minutos sin ninguna novedad, y esto empesaba a preocuparme!

08:20 Primera foto del viaje, la catarata sin nombre! Líster comprovó que sus Hi Tec reencauchadas le iban a causar más de un dolor de poto.

08:25 Arnaldo empieza a ofuscarse un poco (el ventilador eléctrico dijo ¡basta! y la temperatura del motor subió al punto que podíamos pasar café express!

08:45 Decidimos cambiar de ventilador, es decir, instalamos el viejo y confiable ventilador mecánico del motor.- Timo, ya está instalado el ventilador...
- Excelence Peference de L'oreal!
- Hum... el problema es que no puedo colocar la faja que mueve el ventilador!

08:55 Después de casi acabar de romper todas mis herramientas portátiles que muchas veces me han ayudado a "adelantar la chispa" (Chanchamayo 2002 con Tuki y Tiki) y de llevar demasiado tiempo detenidos, a Líster se le ocurrió la genial idea de estirar la faja y hacerla entrar a la fuerza. Cosa que al principio me negué por ser algo anti mecánico, pero al final, FUNCIONÓ ¡Grande Timo!

08:56 Estábamos "on the money" otra vez!

09:05 se divisa le represa que tiene nombre pero que no recordamos y arriba, arriba, se ve la gran ciudad y perla del fértil valle de Huarochirí: Carampoma.

09:10 Tanto seguir la máxima de "todo a la izquierda" que en una curva casi me meto de lleno a al represa por indicaciones erroneas y que Timo pudo avisarme para frenar a tiempo. Acá debo agradecer las puntuales indicaciones de Líster, me indicaba cuando frenar (y frenaba conmigo) y cuándo acelerar (aunque esto último no le gustaba mucho). Bueno, colocar retroceso y enderesarse para seguir subiendo.

09:15 foto estratégica con el fondo del valle de Huarochirí

09:25 ¿Ya estamos en Carampoma?
- Timo, Timo, ¿esto es Carampoma?
- Síp.
- ¿Y por dónde doblo?
- "Todo izquierda!"

09:27 la plaza de armas nos da la bienvenida ante la mirada atónita de algunos carampominos.

09:30 Mochilas al hombro y a buscar al Tío Julio.

09:31 Nos sorprende el perfecto y hermozo empedrado que luce toda toda toda la ciudad, con su acequia al medio y todo, que parecía un trabajo hecho por los mismísimos Incas.

09:35 En la casa del Tío Julio, saludando a la Tía Norma, al Torito y a los otros dos engendritos que no sé de dónde salieron... por lo menos recién existen!

09:55 Luego de desmerecer el consejo del Tío Julio de llevar un burrito para cargar nuestros "ligeros" 15 kilos de equipaje empezamos la subida por el camino de la izquierda (todo izquierda!) rumbo hacia la cruz que domina Carampoma.

10:05 primer descanso, nos faltaba el aire, nos temblaban las piernas y sentíamos que cargabamos 100 kg! Por nuestra cabeza pasó la idea de regresar por el burrito. Pero Kike y mi tremenda terquedad y el hecho de sentirme que sí podía, convenció al Timo de que podíamos seguir así.

Las horas siguieron pasando y nos acordamos de otro consejito del tío Julio, "el paso de la abuelita". Así que empezamos a caminar al ritmo del paso de la abuelita.

Muchas horas y muchas más paradas (o desparramadas) se fueron sucediento hasta que un último aliento nos llevó a trepar el último cerro de ese día. Con gran esfuerso (el mayor y peor de todos) logramos alcanzar la acequia.

13:00 Almuerzo al pie de la acequia y luego de una pequeña siesta de dos horas decidimos seguir subiendo y divisamos unas paredes de piedras donde supuestamente duermen las vaquitas, decidimos convertirnos en vaqueros y quitarles su casita!

16:30 Carpa armada y surtida. Sin equipaje decidimos subir una lomita para ver el paisaje conversar y ver lo que nos esperaba mañana.16:55 Luego de algunas fotitos poseras, una densa capa de nubes nos envolvió por completo y en unos minutos no veíamos más alla de 3 metros. Casi agarrados de la mano decidimos bajar y grande fue la sorpresa cuando bajábamos y bajábamos y no encontrábamos el campamento!

17:45 Encontramos la acequia donde habíamos almorzado y ¡plop! Decidimos buscar el lugar exacto donde paramos a almorzar y tras caminar media hora hacia la izquierda (todo a la izquierda!) y no llegar a ningún lugar recurrente, Kike, hago el anuncio a la tripulación y digo: "Me declaro perdido... y se acabó el Perú". Gracias Líster por olvidarte la brújula en la guantera de Arnaldo!

18:10 Una ligera lluvia nos hace las cosas más difíciles y preocupantes, cuando Líster ya llevaba algunas desculadas por sus reencauchadas Hi Tec (con suela de Bass!).

18:45 Encontramos el punto donde habíamos almorzado gracias a las migajitas y por deducción calculamos la ubicación del campamento.

18:50 Eureka!

18:59 Todos abordo y empapados decidimos cenar nuestras riquisimas galletas Doré con atún. Y si Líster no se hubiera olvidado la linterna en la guantera de Arnaldo (síp, al lado de la brújula) hubiéramos podido ayudarnos mejor dentro de la oscuridad de la carpa.

Mientras escuchábamos el último cd (Re, de Café Tacuba) y nos quedábamos dormidos y empezaban los ronquidos terminó de caer la lluvia y caer la noche.

A alguna hora de la madrugada, despierto y veo una luz a travez de una de las paredes de la carpa. ¡Maldición, vienen por mí! Tranquilos, era la luna, fiuf!

07:00 Diana! Despertamos y seguíamos vivos, las bolsas de dormir de 6 kilos cada una valieron su peso en oro y nos salvaron de morir congelados (calculamos que si Carampoma está a 3200 msnm, nosotros estábamos a casi 4 mil! Por lo menos este día pasaríamos los 4 mil).


Escribe Líster:

08:00 despues de un refrescante y alentador desayuno.. decidimos seguir trepando (claro q ahora ya mas ligeros debido a q dejamos las cosas en el campamento)..bueno acompañados de la musica, la camara fotografica y lo que nos quedaba de agua (!) q para remate era mineral y CON GAS!. continuamos subiendo... 09:55 llegamos a una roca en donde kike me toma una foto pal recuerdo.. y en donde él tambien deja su recuerdo (si alguna vez tienen q botar los papeles de los kekitos..NO LO HAGAN!! pues les pueden ayudar en alguna situacion "CRITICA" de la naturaleza humana)...

10:40 Llegamos a donde yo creia q ya era el techo del mundo... pero claro como en esta vida siempre hay alguien mas arriba q tu. nos dimos cuenta q aun habian unos cuantos cerritos mas altos..(bilis) bueno fue alli donde sucedio la primera y unica disputa del viaje.. y es q a mi compare jorge chavez digo kike polastri se le dio por ir "arriba siempre arriba..." y tanta vaina asi q decidio seguir subiendo.. yo veia como la neblina iba incrementandose asi q decidimos separarnos.. yo esperaria al pie de una quebrada q tendria q llevarnos nuevamente al campamento.

11:10 La neblina incrementaba y ya habia perdido a kike de la vista, tenia frio y estaba lejos de casa...atine en gritarle q iria avanzando y q nos encotrariamos en el campamento...escuché sus gritos asintiendo y que seguiría subiendo... aunque no se veía nada... estaba lejos

11:16 empiezo el descenso.. algo accidentado por circunstancias obvias (no se veia nada!!!) y encima toda la vegetacion aun tenian los rastros de la lluvia de anoche..

12:15 Al fin!!! encontre la acequia..ahora solo debia encontrar el campamento otra vez.. Aleluya!!alli esta...no atine a otra cosa q meterme en mi sleeping y esperar a kike...


Kike reporta:
Sin hora, alcancé la cima de los cerritos que se veían desde abajo. Total soledad y silencio y las nubes que se me venían encima. No había forma de fotografiarme, así que decidí tomarle una foto a mi pie y a mi mochila (grande Crepier! Amo esa mochila!). Lo increíble de estar ahí es que para poder mirar algún paisaje, tenías que agachar la cabeza y mirar hacia abajo, calculo haber estado a unos 4200 msnm. ¡Incluso llegué a divisar Ticlio muy a lo lejos! Bueno, esto hasta que la neblina (o las nubes, vean las fotos) me dejaron en la total oscuridad. Decidí esperar a que se aclare el cielo o mejorace el clima, pero el sonido de una tormenta eléctrica que se escuchaba cada vez más cerca me hizo animarme por emprender el desenso y dejar de sentirme Dios, o por lo menos algún Dios o alguna clase de Dios, o quizá un Héroe... Campamento allá vamos! En un resbalón se me quedó un cactus de recuerdo en la mano izquierda como souvenir para llevar a Lima...


Líster continúa:

13:08 Kike a la vista! nos preparamos para desarmar el campamento y emprender la bajada..

13:25 Todo listo! ya mas ligeros decidimos encontrar nuevamente el caminito por donde subimos... oh sorpresa! la neblina no habia bajado y no veiamos ni michi!!!(comenzaba el ajuste!) Bueno no nos kedaba otra q hacer nuestro propio camino...con kike a la cabeza (ya q traia la musica pegada a su mochila) empezamos un descenso q estuvo lleno de accidentes, resbalones, pinchazos y todo lo q nos podria pasar..NOS PASO!!!

13:55 Las declaraciones de kike (sobre q estabamos perdidos y que no recordaba tanto cactus y rocas) cada vez me hacian ajustar un poko mas....

14:25 Llegamos al pie de una quebrada de rokas.. deducimos q bajandola en algun momento cruzaria por el camino a carampoma.. pero era demasiado empinada para sortear fortuna en ella... pero bueno..no teniamos otra alternativa...decidimos el suicidio entre los cactus, las rocas filudas y las moscas pajarito... síp, eran tan grandes que parecían un pajarito!

14:27 Dios escuchó mis rezos y por tan solo 15 segundos despeja la niebla y nos permite ver un camino no tan accidentado a la derecha y un terrible precipicio en el que se convertía la quebrada por donde bajábamos a la izquierda, por primera vez no hicimos caso y tomamos la derecha y a lo lejos se ve el camino a CARAMPOMA!!!!excelente..

14:58 Una chacra cercada no podia interferir nuestro objetivo y como buenos ex alumnos Ruicinos decidimos trepar muro!!! maldita sea q tales espinas!! en fin, una mas una menos...

15:32 Ya en casa del Tio julio nos damos con la sorpresa q estaban reclutando a un contingente de aguerridos carampominos para iniciar la busqueda de un par de gringos lokos q habian decidido dormir en la puna... (claro q de gringos no teniamos ni la ropa..) pero todo kedo en nada cuando ya nos vieron meter las cosas a Arnaldo.. Empezaba una liguera lluvia que nos acompañaría hasta Santa Eulalia y que volvía el camino un poco más difícil...

15:50 Despues de chekear todos los sistemas de Arnaldo procedimos el regreso a Lima no sin antes prometer un pronto regreso con toda la gente.. porq "SI SE PUEDE, SI SE PUEDE!!"

17:35 eN HUINCO comiendo nuestra tradicional papita rellena de a luka(humm)

17:55 Ya en mi casa en Sta Eulalia tomando el lonchecito con mis papis y contandoles sobre todo lo q ya han leido en este mail... y no salío esa foto!
El viaje solo nos demoro dos horas de ida desde sta eulalia y dos de regreso..con paradas y todo.. no puedo restarle merito al piloto..(pero tampoco a mi q lo put..aba cada vez q podia) la opcion de carampoma para un viaje corto no tiene nada q envidiarle a un fin de semana en canta o tal vez un fin en sta eulalia... solo keda en cuantas ganas kieran meterle y cuanta aventura esten buscando.


Kike epílogo:

La diferencia entre Canta y Carampoma es sin duda la carretera, mientras Canta está a menos de 100 kms de Lima y, por lo menos en un regreso logré hacer una hora y algo más, la carretera a Carampoma es de 120 kms y es una calamidad total! Canta más poblada y conocida la hacen un lugar con infraestructura adecuada para sentirse cómodo. Carampoma, hum, si no cambiaste tu billete de 20 lucas en el peaje, no podrás pagar nada porque no hay cómo darte vuelto. Además, te sentirás más en contacto con la naturaleza (si vieran la cantidad de kk de vaca que tuve que esquivar! Considero las dos opciones para un viaje corto dependiendo del estado de ánimo del viajero y de lo que quiera sentir.

Coincidimos Líster y yo en agradecer a Díos por habernos regalado esta gran experiencia y seguir vivos para contárselas a Uds. Habrán más!

viernes, 27 de abril de 2007

Mi historia con un clásico

Esa fría mañana en la Plaza de Armas, era uno de los primeros en llegar. La garúa de la madrugada que se había prolongado por el resto de la mañana hacía que los pocos autos que allí se encontraban lucieran la típica escarcha matutina. Di una vuelta rápida, sin querer mirar los cromos fulgurantes de los autos que conformaban la Primera Concentración de Autos Clásicos que organizaba Ruedas y Tuercas y el club en cuestión, mientras buscaba con avidez a mi acompañante que ya la veía llegar puntual a la cita. La garúa aminoraba su caída ese domingo de diciembre de 1997, así que decidí invitarla a desayunar mientras se terminaba de armar el evento. Habíamos dejado la Plaza de Armas por algo así como una hora y cuando regresamos grande fue nuestra sorpresa al ver que ya se encontraba rodeada de muchos autos estacionados en diagonal uno al lado del otro y ordenados por antigüedad con mucha gente que pululaba a su alrededor como si se tratara de una feria. No fue necesario preguntarle a ella, me bastó ver en su rostro dibujar una sonrisa y sus ojos estrellarse contra la máquina del tiempo que descubríamos allí. Empezamos por el principio, así que retrocedimos hasta 1915 para encontrarnos con la aerodinámica forma de un Wanderer W3 H Tamdem Sport único en el mundo y que además es el emblema del Club de Autos Antiguos del Perú (CAAP). Ella dijo que parecía un bote pero al revés, sonreí y asenté con la cabeza, casi no podía hablar. A los dos nos encantó, sobretodo por ese hermoso color azul violeta que ostentaba, raro para esa época, pensé. Seguimos ascendiendo en el tiempo y descubriendo maravillas enlatadas con tripulaciones muy amables que lucían atuendos de la época de su auto, así mimetizándose con ellos, en esa línea paralela del espacio-tiempo que habíamos hallado. Cada nuevo auto era una obra de arte, resaltando detalles en cada uno que los hacían únicos o innovaciones tecnológicas que algunas veces no veíamos pero que nos decían que estaban ahí debajo del metal, en las entrañas de los autos y que nos aseguraban que funcionaban y muy bien. Pero yo tenía fija en mi mente la idea de encontrar a mi Moby Dick, un auto del que me había contado mi abuelo y que la publicidad del evento decía que estaría ahí con todo y su piloto.

¡Imposible!, exclamé en el momento de leer eso. Y es que creía yo que se trataba de un mito más que de una realidad, así que para explicar lo que me empuja a buscar de sobre manera ese día, debo primero empezar con otra historia, una que comienza con otro clásico, o por lo menos así lo es para mí, así que empezaré primero remontándome a cuando tenía 13 años y por fin me enseñaban a manejar por las calles de donde vivía. Ahora me era más fácil llegar a los pedales y ver por encima del timón, aún así, mi espalda no tocaba el respaldo del asiento. Este auto era un Datsun 150J de 1974, mejor conocido como Violet o 710; mal llamado J15. Era el auto de mi padre, quien lo poseía desde nuevo. Yo lo recuerdo desde que tengo uso de razón ya que nací en 1976, es decir, dos años después de comprado el auto. Mi padre tenía muchas historias con este auto y mi madre las confirmaba o desmentía.

Según cuenta mi viejo, un ya retirado Oficial del Ejército, fanático de los autos y mecánico por vocación y hobby, logró ahorrar el dinero luego de dos años en los que se la pasó trabajando internado en la selva. En esa época, él era un joven Oficial del Ejército al que habían destacado a Güeppí, un puesto de avanzada que se ubica en la triple frontera Perú-Ecuador-Colombia, justo en el punto más nórdico del Perú, arañando la Línea Ecuatorial. Luego de ese tiempo regresó a Lima y tenía el suficiente dinero para comprarse un auto mediano. Su búsqueda se concentró al final en dos opciones; un Hilman y este Datsun. Antes del primer año con su nuevo Datsun ya le había cambiado de color y le puso unos aros Negri de magnesio con llantas anchas, recuerdo que lucía a fines de los setentas una llantas Goodyear con letras blancas que rezaban G800 Radial en la cara. Se veía muy bien. Luego yo descubriría la vida a bordo de este auto, ya que por el trabajo de mi papá, la incipiente familia se mudaba en promedio cada año. Recorrimos desde Tumbes hasta Tacna, la sierra rumbo a Cajamarca, o la selva rumbo a Jaén y Bagua y en todos estos viajes recuerdo que mi madre nos alimentaba y hacía dormir mientras mi viejo conducía, llevando lo esencial en la maletera y el enorme televisor en la parrilla que instalábamos sólo para las mudanzas en el techo del auto. Normalmente salíamos siguiendo el camión de la mudanza que llevaba nuestras cosas, pero siempre terminábamos adelantándolo y gritándole por la ventana instrucciones al chofer del camión como en qué parte del pueblo de destino nos encontraríamos. Ahora que lo pienso, creo que a mi viejo le desesperaba ser escolta de tortuga, o era que le gustaba como a mí ahora, llevar un poco más rápido de lo normal el auto. El sonido de ese auto cuando andaba a velocidad crucero era muy bonito y lo tengo en la mente imborrable, formando parte de las cosas que van marcando nuestra niñez conforme crecemos. Pero no recuerdo cuál era esa velocidad crucero, ahora que lo pienso, nunca le pregunté a mi viejo. Estos recuerdos de mi niñez incluyen escenarios de todo tipo a través de la ventana lateral de la puerta posterior, desde la comodidad de mi asiento levantando la cabeza tratando de ver más allá del parabrisas delantero o mirando por el parabrisas posterior cuando me paraba de espaldas al auto, cambiando de posición siempre durante el viaje y es que era un niño y no podía estar quieto. Recuerdo no sólo haber visto hermosos paisajes de desiertos y nevados, sino también horrores de desastres como el fenómeno de El Niño del ‘79 u ‘80 cuando estábamos viviendo en un paraíso llamado Lobitos en el norte. Nuestra casa se la llevó el mar y en la villa militar todo era un caos. Recuerdo que mi viejo llegó a buscarnos en el Datsun, subimos y no paró hasta Piura, donde nos dejó en el cuartel y a salvo en las tiendas de Defensa Civil, incluso escuché conversaciones de evacuarnos a Lima en avión de la FAP. Luego desapareció otra vez pero en un camión del ejército que salía a ayudar a los damnificados. Yo veía el Datsun estacionado ahí, en un lado del cuartel donde no estorbaba a nadie, dos llantas medidas en una cuneta por donde corría un montón de agua, además los guardafangos lucían esas marcas que deja el barro cuando es salpicado por las llantas. Lo que recuerdo de la travesía de nuestro “rescate” fue mucho movimiento y saltos seguidos de giros bruscos del timón que repercutían todos en mí al no poder mantenerme sentado en mi asiento y por la ventana sólo alcanzaba a ver que caía mucha lluvia. Parecía que viajaba en una camioneta doble tracción, pero el inconfundible ruido del motor del Datsun me aseguraba que viajaba en él. Todo lo que recuerdo de ese día es frío, humedad y un caos humano sin precedentes en el niño de 3 o 4 años que era yo.

Luego de esto mis recuerdos me llevan a la vez en que mi viejo viajaba de algún lugar en el norte hacia Lima y llevaba a una pareja de amigos recién casados en el asiento posterior del Datsun. En algún lugar de la Panamericana Norte saliendo de una curva se encontró con una enorme duna de arena que había invadido casi toda la pista, frenó pero el auto se zambulló en la arena, enterrando el capó. No hubo muchos daños y pudieron seguir el viaje a destino. Hay también historias trágicas con el Datsun y es que una vez viviendo en Cajamarca durante la época de carnavales, mi viejo regresaba a casa en la noche central de las celebraciones, cuando la gente que sale a las calles anda muy borracha ya de “celebrar” y fue que a una cuadra de distancia de la casa se ponen delante del Datsun un par de borrachines a molestar. Mi viejo trató de esquivarlos pero la estrecha calle no lo permitía, así que luego de intercambios de claxon y lisuras, mi viejo decide bajar y “hacer a un lado” a los borrachines, pero grande fue su sorpresa cuando uno de ellos sacó un revolver y le disparó. Según lo que cuenta mi viejo la sensación del disparo es confusa, al principio uno no reacciona, ve la luz del disparo seguido del ensordecedor ruido pero no reacciona sobre lo que pasa. Todo es tan rápido, dice. Luego sintió un ardor frío en el abdomen y después el calor de la sangre emanando. Reaccionó, subió al Datsun y condujo malherido hasta el hospital que no quedaba muy cerca, sobretodo si tenemos en cuenta que la ciudad era una fiesta y la gente se había volcado a las calles a celebrar al “Ño Carnavalón”. Al llegar al hospital dejó el auto en la zona de ambulancias, que es la más cercana a la entrada de emergencia, una persona empezó a increparle sobre la prohibición del estacionamiento en ese lugar, pero luego, cuando bajó mi viejo del auto todos corrieron a ayudarlo. La muerte estuvo cerca esa vez, pero la rápida evacuación a Lima dio resultado. Las secuelas que le dejaría esto serían problemas estomacales de por vida. Nunca llegué a ver el auto esa vez, ni lo recuerdo mucho. Sólo recuerdo haber viajado en avión de la FAP a Lima ¡por fin! Para un niño que no lo pudo hacer con El Niño del ‘80 esto era un sueño. Claro que aún mi razón no entendía la gravedad de la situación en esta ocasión tampoco. Algún tiempo después jugaba yo con mi papá a seguir la “carretera” por su barriga, siguiendo las cicatrices de la operación y esquivando los “huecos”. Solía decirle a mi viejo que tenía varios ombligos y él reía conmigo. Otra tragedia rondó a la familia, cuando el autobús donde viajaba mi abuela paterna con el hermanito de mi papá chocó contra otro cerca de Chimbote, sólo sé que aún vivíamos en el norte, era finales de los ‘70s o principios de los ‘80s y mi viejo volvió a subir al Datsun luego de que le dieron la noticia en el cuartel donde trabajaba, su jefe el comandante de la base le había puesto un chofer para este caso, pero mi viejo no lo necesitó. Manejó y manejó sin parar ni un momento, a toda la velocidad que el auto llegara. Sólo puedo imaginarlo en ese momento, conduciendo muy rápido, aferrando sus manos al volante mientras que su cabeza era invadida por muchos pensamientos, seguramente pensamientos muy desgarradores que hacían brotar de sus ojos lágrimas que nunca he visto en él. Por suerte ambos estaban vivos, mi abuela y mi infante tío, pero la odisea de encontrarse fue otra historia, una de mucha confusión y que ya no viene al caso. Pero una de las historias más curiosas es de cuando mi viejo y mi abuelo materno mejor conocido como El Almirante, regresaban de Ecuador muy tarde en la noche y el auto comenzó a fallar hasta que prácticamente no podía avanzar. Mi viejo sabía de antemano que necesitaba cambiar los ruptores o platinos del distribuidor, pero pensó en hacerlo al regreso. Mal cálculo. Lo bueno es que tenía los platinos nuevos ahí con él, pero no tenía linterna. Así que mientras El Almirante trataba de reflejar con un periódico la luz de los faros delanteros hacia dentro del cofre del motor, mi viejo hacia el cambio de las piezas defectuosas con las pocas herramientas que tenía. Para calibrar la correcta separación o luz que deben llevar los platinos utilizó un lado de una cajita de fósforos Inti. Cruzaron los dedos y al hacer contacto para encenderlo el motor volvió a la vida. Pudieron regresar a casa sin problemas y desde ahí mi viejo suele utilizar una cajita de fósforos para regular el encendido de cualquier motor.

Pues resulta que era yo ahora quien conducía o intentaba conducir este Datsun. Antes ya lo había hecho, pero sentado en las piernas de mi papá y limitado a mover el timón con su ayuda y guía. Ahora El Almirante, otrora poseedor de una barbaridad de autos antiguos así como conductor profesional y compañero de algunas aventuras con mi viejo, ocupaba otra vez el asiento del copiloto, pero esta vez sentado a mi lado. Recuerdo que él se mostraba muy tranquilo y silencioso (¿o quizá estaba asustado?) cuando yo conducía por las calles a diferencia de mi viejo y recuerdo que me arengaba a hacerlo bien y tener cuidado, siempre con sabias palabras, esas que sólo el tiempo de vida le puede a uno brindar. Y fue en estas situaciones en que llegué a saber de un legendario piloto de carreras de aquellas épocas llamado Arnaldo Alvarado apodado “El Rey de las Curvas” y su no menos famoso Ladrillo Rojo, un Ford sedán de los años ‘40s o ‘50s transformado y preparado para correr. El Almirante me solía decir que no había nadie que girara en las curvas como lo hacia Arnaldo Alvarado y me contó una vez aquella historia en que Arnaldo Alvarado “El Rey de las Curvas”, competía con su fiel Ladrillo Rojo en una Carrera Panamericana y en el tramo entre Lima y Chile y en algún punto de la ruta hacia el sur su motor falló y no pudo continuar con la carrera, pero pasó por ahí su hijo que también se hallaba compitiendo en esa carrera y con un auto idéntico al de su padre. Sin dudarlo paró al ver a su padre “El Rey de las Curvas” al lado del camino y sin pensarlo le cedió su enorme motor V8. Operación de transfusión que demoró algunas horas, al cabo de las cuales Arnaldo Alvarado “El Rey de las Curvas” pudo continuar en carrera con su propio Ladrillo Rojo con el motor del auto de su hijo y llegar a la meta pero muy retrazado y sin chance de ganarla. La máxima arenga que me podían hacer cuando yo tomaba una curva era: “¡Asomacho, das las curvas como Arnaldo Alvarado!” Yo conducía de manera incipiente aún, pero cuidaba de mantener el auto en el carril dibujado por las líneas punteadas en la pista, así que rodeaba por completo la circunferencia del pequeño óvalo que quedaba por mi casa, aprendía a sentir las fuerzas de gravedad que te empujan queriendo sacarte de trayectoria mientras más rápido vas, yo pisaba nomás y esperaba a que El Almirante me diga “¡esta bien que parezcas Arnaldo Alvarado pero deja esas cosas para las carreras, ahora no tenemos a De las Casas y su Liebre atrás, así que baja la velocidad!” Soñaba yo. Esta suma de historias, de pilotos caballerescos e inmortales en gestos marcó en mí, en el momento en que me enfrentaba a un auto por mis propios medios, una huella imborrable, además que ayudaba a forjar la pasión por los autos que había empezado a cultivar sin saber en mí y alentado por mi viejo, con el Datsun y con la enormidad de carreras a las que siempre me llevaba, como la tradicional carrera Caminos del Inca o las competencias automovilísticas en el antiguo circuito callejero de Santa Rosa, el Mónaco peruano como le llamaban o al Campo de Marte.

Así que aquí estábamos otra vez, en la Plaza de Armas y de vuelta en el buen año de 1997. No encontré ningún Datsun como el de mi viejo ni ningún otro, salvo en las esquinas de la Plaza, pintados de color amarillo y esperando por clientes detrás de un cartel que decía “Paradero de Taxis”. Mi fémina acompañante y cultora de las bellas artes no dejaba de hablarme de cada auto y los detalles particulares que lucían estos y sobretodo no dejaba de agradecerme la invitación a este evento, ya que en su mente cerraba un círculo al incluir a los autos como obras de arte para su mundo interior, algo que ella pensó que nunca podría pasar o considerar, incluso me llegó a decir que esto era mejor que un cuadro o una escultura, ya que estas obras de arte no sólo lucían bien, sino que además eran muy funcionales para el ser humano, razonamiento filosófico que sólo puede tener una persona como ella. Se le veía muy feliz, sobretodo cuando le dije un par de semanas después de eso que habíamos salido en la foto portada de la revista Ruedas y Tuercas, claro que en muy reducida escala, pero reconocibles aún. Uno de los ápices del evento fue cuando llegamos donde Jorge Nicolini, sentado con su esposa en uno de los tantos clásicos de su colección y que lucía en ese evento, ataviados ambos con ropajes de la época de su montura. Mi guapa amiga entablo buena conversación con la señora Nicolini mientras yo aproveché para disparar algunas fotos sin que se diera cuenta. Me gusta captar esos momentos de naturalidades. El tour a la Plaza de Armas se acababa y yo aún no había encontrado a mi unicornio, mi Moby Dick. El cielo de Lima amenazaba con garuar más fuerte y el frío no era tan típico de una mañana de diciembre, en que se supone entramos al verano, aún así yo sudaba por la tensión. Mis esperanzas se nublaban con el cielo, pero la experiencia ya había trascendido más allá de lo imaginado. Pero de pronto y casi al final de la fila de autos, en una zona sin mucha gente, entre Palacio de Gobierno y el Palacio Arzobispal logré divisar en el techo de una mole de acero, justo sobre el parabrisas una leyenda que decía Puquio-Nazca en letras blancas que resaltaba sobre el rojo color ladrillo de la pintura del auto. Era el Ladrillo Rojo del gran Arnaldo Alvarado “El Rey de las Curvas”. Me acerqué tímido pero inquieto y sin la presión aún de saber el momento que viviría para siempre en mí como una máxima que forjaría mi vida en el mundo de los fieros, me acercaba a un momento clave, mi destino saldaba cuentas con mi historia personal y cerraba un círculo. Aún no lo sabía.


Y ahí estaba yo, parado en frente del enorme Ladrillo Rojo, el verdadero y único, donde dentro de él se encontraba un viejecito sentado en el puesto del conductor, lucía encorvado y cabecita blanca, con un gorrito chato de esos que parecen de chofer de las películas. Vestía una delgada casaca negra abierta que dejaba ver una camisa de cuadritos en tonos rojizos, casi como los de su auto y un pantalón de vestir de diseño antiguo con zapatos marrones, nada fuera de lo común. Se le veía ahí, indefenso y hasta inútil frente al volante, con las manitas cruzadas sobre sus piernas, absorto como esperando algo que yo no podía entender. Pero sobretodo se le veía cercano, como sólo lo pueden ser esos héroes de historias antiguas que parecen inventados en la perfección de la mente. Afuera del auto se encontraba otro señor un poco más joven que hablaba con soltura con algunas otras pocas personas que eran en su mayoría los participantes del evento u organizadores, como planeando ya la partida que se daría en algunos minutos y repasando la ruta y travesía. Aún seguía yo parado ahí, frente a esa parte de mi vida que ahora enfrentaba y cada vez rodeado de más gente. No noté que a mi lado se encontraba mi acompañante Nereida y por un momento me sentí solo y en paz total. Ella no sabía nada, sólo sabía lo que le había contado yo durante el tiempo que estábamos merodeando entre los autos del evento. Sabía de que Arnaldo Alvarado “El Rey de las Curvas” era un antiguo corredor del que me había contado mi abuelo El Almirante, al cual le tenía yo mucho afecto. Luego de un momento de asimilar la información que tomaba a toda velocidad las curvas de mis pensamientos en mi cabeza me acerqué a él, o a ellos, Arnaldo y su Ladrillo. La ventana del conductor se encontraba abierta y, no recuerdo bien que dije exactamente, pero sé que primero lo saludé llamándolo Sr. Alvarado. Luego seguí con algo así como que mi abuelo y mi padre me han contado muchas historias de Ud., me decían que no había nadie que tomara las curvas mejor que Ud., y que por eso le decían “El Rey de las Curvas” y bla, bla, bla. Sería un honor para mí poder tomarme una foto con Ud.

A cada palabra mía Arnaldo Alvarado “El Rey de las Curvas” reaccionaba levantando un poco más la cabeza, como despertando de su trance o poniendo más atención. Me dijo que sí. Le agradecí y regresé donde Nereida para decirle que nos tome una foto, mientras yo le preparaba la cámara y le decía qué apretar y todo eso. Cuando regresé hacia ellos, Arnaldo Alvarado y su Ladrillo, encontré un cuadro que no me esperaba: “El Rey de las Curvas” se hallaba fuera del Ladrillo, apoyándose con la puerta entre abierta, de repente el viejecito con el que yo había hablado no estaba más, éste había sido reemplazado por otro viejo, uno que se paraba erguido y desafiante al “sacar pecho” y se sacaba el gorrito a la vez que lucía una leve sonrisa al estilo de los héroes, es decir, sin verse muy amistoso ni muy temerario, se había transformado así en el gran Arnaldo Alvarado “El Rey de las Curvas” y que ahora aparecía ante mis ojos. Luego del “click” de la cámara nos estrechamos las manos en despedida. Arnaldo Alvarado “El Rey de las Curvas” se había vuelto a transformar en ese inútil viejecito que lucía como un remedo o adorno al enorme Ford.

La partida de la enorme caravana que se hallaba en la Plaza de Arnas fue frente a la Municipalidad, así que Nereida me agarró de la mano y me condujo al lugar, no se quería perder a esas obras de arte ambulantes en el clímax de lo que pueden hacer, es decir, rodar. La rampa hacia el tabladillo de partida instalado frente a la Municipalidad lucía peligroso por lo húmedo que se encontraba, pero hasta ahora todos los autos lograban subirla y bajarla, pero con muchos sustos, hasta que uno de mis autos favoritos, un Jaguar E-Type trató de subir pero perdió parte del tubo de escape al rozar este contra el suelo. El rostro de Nereida se estremeció al ver a ese auto casi caer, lo recuerdo bien. Desde ahí la organización decidió hacer la partida a un costado del estrado y para suerte más cerca de nosotros, en ese momento había un mar de gente formando un callejón humano que incluso bordeaba el edificio edil por el Jr. Conde de Superunda. Estuvimos hasta el final pero no tengo el recuerdo en mi mente de ver largar al Ladrillo Rojo. Me encontraba totalmente anonadado sin saber el momento histórico de mi vida personal que había vivido: Conocer a mi héroe.

Visita la web de Arnaldo Alvarado el Rey de las Curvas.

Un tiempo después me enteré de que el viejo Datsun de mi viejo se encontraba hacía 9 años botado en un galpón cerca al cruce de las avenidas Arenales y República de Chile. Hablé con mi viejo que ya no vivía con nosotros y le dije si se lo podía comprar. Fue así como luego de un sermón típico de un padre preocupado y sabiente de que su hijo mayor había cultivado la misma pasión por los autos que él mismo le inculcara con cada relato, con cada carrera y que ha heredado esa locura al volante demostrada desde que me compraran mi primer autito de juguete, un Datsun 240Z de plástico que terminaría desarmado y al que luego le seguirían otros con la misma suerte.

Un tiempo después una grúa estaba llevando el Datsun 150J al lejano taller de un buen amigo y cómplice. En el tiempo que el Datsun había dormido el sueño de los justos había sufrido las cosas típicas del abandono, el canibalismo y la herrumbre. Faltaban muchos componentes del auto e incluso uno de los aros Negri que mi viejo le comprara en los setenta. Tras muchos meses de arduo trabajo y un gran presupuesto MI Datsun arrancaba y se podía mover por sus propios medios, es decir aceleraba, frenaba y giraba también. No tenía luces, no tenía parabrisas delantero ni posterior, no tenía tapices ni alfombras, sólo era una cáscara de acero con asientos y ventanas en las puertas que no se movían ya que no había ni asas ni manijas ni pestillos. Funcionaba y lo había rescatado del olvido, eso era lo único que me importaba. Fue así que en la víspera de navidad del año 2000, en que me proponía a sacar mi Datsun del taller de Pachacamac rumbo a la casa de mis papas en Miraflores cuando Moisés, mi buen amigo el mecánico salvador me preguntara sobre qué nombre le iba a poner a mi carro. Él pensaba en algo así como “La Liebre” o “El Ladrillo Rojo”. Pero no se esperaba que yo respondiera ARNALDO. “Se va a llamar Arnaldo”, le dije. Me miró extrañado y me respondió algo así como que él le pondría “Coche Bomba”, por lo desastroso que lucía. Terminamos de instalarle unos faros delanteros momentáneos y arranqué en mi Arnaldo. La policía me detuvo muchas veces durante el trayecto y el tiempo en que Arnaldo luciera como coche bomba, que fueron algunos meses, lo cual me apresuró a su terminación y armado final, con lo cual mi querido Arnaldo quedo casi casi como salido de fábrica.

Recuerdo mi primer percance con Arnaldo, regresaba con mis amigos de una playa del sur hacia Lima y cada uno en su auto, éramos una pequeña caravana como de 5 autos que viajaban a más de cien, pero por joder empezaron a acelerar tratando de dejar atrás a mi Arnaldo, mal llamado coche bomba. Así que decidí darles caza, aceleré hasta 140 y los dejé atrás, no podía ir más rápido ya que no tenía tacómetro y no sabía si el motor se pasaría de revoluciones. Pero me arriesgué calculando. Al poco rato Arnaldo hizo un sonido extraño que no desapareció, como un silbido fuerte y empezó a perder potencia y velocidad. Aún así pisé un poco más para mantenerlo arriba de cien por lo menos pero me era muy difícil ya que sentía el motor sufrir haciendo ese gran esfuerzo al que le sometía. Fue inútil, todos me rebasaron pero pararon un poco más allá para ver qué pasaba cuando no me veían. Tras una rápida mirada al motor descubrí que un cilindro no trabajaba, así que llegaría a Lima en tres cilindros y con esfuerzo. Al día siguiente llevé el auto a Pachacamac para revisarlo y el diagnóstico fue que había soplado o volado el empaque de la culata, es decir, el motor no soportó. Imposible, pensé yo. Reparamos el motor con Moisés y encontramos la falla, los tornillos que sujetan la culata estaban tan viejos que por el calor se habían dilatado con la consecuencia de aflojar a la culata del motor, así que una vez reparado el motor le compré su tacómetro. Con este instrumento descubrí que podía hacer Lima-Asia en 45 minutos, ya que Arnaldo podía llegar sin problemas a 165 kilómetros por hora. ¡Increíble! Recuerdo una cortita, una madrugada lluviosa regresaba a casa y entré un poquito rápido al óvalo de Miraflores cuando Arnaldo patinó y se dio por completo una vuelta de 360 grados para volver a seguir en la dirección en que quería ir. Fue un momento de mucha suerte en realidad y supongo que los que vieron desde afuera, es decir, los que no vieron el miedo en los ojos del conductor, abran dicho “¡Wow, ese parece Arnaldo Alvarado!”

Hay muchas historias más con mi Arnaldo, como la vez que yendo a Canta se obstruyó la cañería de combustible por echar gasolina en un mal grifo, así que parado ahí en medio de la noche en pleno asenso a Canta en esa ruta solitaria no encontraba ya fuerzas para soplar y desatorar la cañería. La llanta de repuesto la conecté a la manguera de la cañería y ese soplido del desinflado de la llanta fue suficiente para desatorarla y llegar a Canta y regresar a Lima. Y la vez que regresaba de Trujillo tras el descanso en Huanchaco por Semana Santa, en una curva ciega cerca de Barranca se nos cruzó un rebaño de carneros que no pude evitar y arrollamos a una, Arnaldo terminó un poco golpeado y yo discutiendo con los pobladores locales que me querían linchar. Al final traté de huir pero Arnaldo no encendía, parece que con la frenada y sacudida el carburador se había ahogado, así que dando y dando con el pie a fondo hasta que arrancó y salimos disparados quemando llanta mientras ya sentíamos sobre la carrocería algunos golpes disgustados. También está la vez en que llevaba a un grupo de amigos desde San Bartolo hasta Punta Rocas con sus tablas sobre el techo agarradas simplemente con sus manos que salían por las ventanas. Sin darme cuenta ya estaba yendo como a 60 y las tablas salieron volando para caer sobre unas piedras y romperse, que para suerte no se estrellaron contra otro auto ni persona, fue el fin de la travesía de montar olas. Recuerdo también la vez que atropellamos a un niño descuidado en una callecita de Chorrillos, el chico se cruzó de súbito, frené pero Arnaldo le dio y lo lanzó unos metros por el suelo. La gente de esa zona se empezó a amontonar mientras metía al niño en el asiento trasero y buscaba a la mamá, alguien me dijo donde estaba la posta médica más cercana y dije que enviaran a la mamá cuando la encuentren. Salimos disparados Arnaldo y yo y justo pasaba una camioneta de la policía. La gente señaló que nos alejábamos y no explicó bien, así que mientras corría rumbo a la posta médica tenía a la policía persiguiéndome con la sirena, luces y todo atrás nuestro. Seguíamos andando muy rápido hasta que llegamos a un cruce con una avenida donde por fin nos alcanzó la camioneta que no dejaba de gritar por el altoparlante “¡DETÉNGASE, DETÉNGASE!”. Cuando vieron al niño y a mí que les preguntaba cómo llegar a la posta, sin decir una palabra pasaron de ser perseguidores a ser escolta. ¡Nunca Arnaldo ni yo habíamos sido escoltados! El fin de esta historia lo quiero dejar en que el niño luego de miles de radiografías estaba bien, más que rasguños, golpes y harto susto. La madre llegó, era una vendedora de dulces en una esquina y dijo; “¡otra vez lo han atropellado!” Yo dije “¿otra vez?” Y respondió; “Sí, la primera fue con un mototaxi”. Solo agradecí que todo estuviera bien, pero me esperaba otra larga historia con la policía, querían meter a Arnaldo en la cárcel de autos y a mí, pues, ver qué me podían sacar, lo bueno es que había muchos testigos de los hechos. Pero la vez que sí estuvo en la cárcel fue un día que fui muy temprano al hospital a dejar unos análisis, estacioné, entré 5 minutos y al salir Arnaldo ya no estaba. ¡Pánico! Un taxista me dijo que la grúa se lo llevó. Paré un taxi y recorrimos todos los depósitos de autos de Lima hasta que lo hayamos en Surquillo. Un enorme trámite burocrático que terminó dándome la razón a las siete de la noche. Arnaldo salía libre de la cárcel sin pagar fianza ni dormir en ella. Hasta ahora nunca lo ha hecho. Otra anécdota que recuerdo es un viaje a Trujillo en el que una llanta posterior reventó cuando estaba como a 90 kilómetros por hora luego de dejar un peaje, no me causó ningún problema salvo un ligero susto. Salí al lado de la Panamericana para cambiarla y cuando quise regresar a la pista, las dos llantas del lado derecho que estaban en la arena empezaron a hundirse y patinar. Con cuidado logre regresar el auto a la pista, pero más me costó salir de la arena que cambiar la llanta. La última anécdota con Arnaldo sucedió en uno de los viajes que suelo hacer con él para hacer caminata de montaña o trekking. Normalmente suelo salir con mis amigos cargando en la maletera las carpas, bolsas y comida para los días que vendrán, así solemos recorrer la ruta que hay luego de pasar Santa Eulalia rumbo a Marcawasi y más allá, hasta donde no hay más ruta para autos, que suele ser en un pueblito llamado Carampoma. Hacía poco le había instalado un ventilador eléctrico a Arnaldo para enfriar el radiador, pero en pleno asenso a Carampoma el ventilador falló y el agua del radiador servía para preparar café expreso, así que ahí, en plena ruta de la puna realicé la maniobra de cambio de ventilador, es decir, le volví a instalar su viejo y confiable ventilador mecánico, que por suerte lo traía conmigo en la maletera. Luego de esta operación y mientras mis patas volvían al auto luego de estirar las piernas y algunas fotos, reanudamos el recorrido sin ningún problema hasta los más de 3500 msnm.

Desde que tengo a Arnaldo hasta la fecha hemos pasado muchas historias en los numerosos viajes que hemos hecho y hemos tenido algunas aventuras mientras vamos haciendo nuestras propias anécdotas, las nuestras propias sí y que van quedando listas para contarle a nuestros hijos y nietos, bueno, por lo menos los míos, sólo espero que dentro de esa futura camada haya alguno que herede la pasión por los autos que viene cultivando mi abuelo, mi padre y yo. Quizá Arnaldo ya no exista, ni nosotros tampoco, pero seguro encontrarán algún otro pedazo de fiero con ruedas al cual rendir pleitesía, quizá no sea un clásico tampoco, pero será el que despierte y desate pasiones en ellos. Por mi parte voy a continuar con la tradición como lo vengo haciendo y sin esperar nada a cambio.