lunes, 10 de noviembre de 2008

A la selva en scooter


Nuevamente en la misma estación de servicio Primax que nos viera partir rumbo a nuestro primer viaje de Eliteros hace unas semanas. Pero esta vez nos proponíamos una hazaña mayor: no sólo coronar los Andes, sino llegar hasta la selva amazónica con las mismas Honda Elite 125 que ya conocemos.



Lo habíamos comentado cada noche de los jueves, en las reuniones de Eliteros, como un sueño, una idea fantástica. Recuerdo que fue de la misma manera que comenzamos con lo del viaje a Ticlio y coronar los Andes.


La idea del viaje era salir de Lima el viernes 16 de mayo de 2008, aprovechando el feriado del APEP y retornar a Lima el Martes 20. La ruta elegida sería la ya conocida Carretera Central, pasar Ticlio otra vez (bah! cosa fácil), desender la vertiente oriental de los Andes y listo, ya estaríamos en el valle del río Chanchamayo, en la cálida ciudad de La Merced.

Nuestros amigos MotoRiders tenían la misma idea, pero con esas motos enormes que pueden subir a los más de 4800 msnm de Ticlio como si nada, pues nos sería difícil seguirles el ritmo. Por lo que decidimos salir unas horas antes con la consigna de que ellos nos alcanzaran en la ruta un poco más arriba y ya poder bajar todos juntitos hasta La Merced.

Comenzando el viaje

Entonces, de vuelta a la estación Primax, 06 h 30, últimas reviciones a las Elite y el Tiburón y yo estábamos listos para partir. Así es, esta vez seríamos sólo dos Eliteros, ya que el Profe Luigi, nuestro colega de aventuras en la primera escalada a los Andes y compañero de paseos nocturnos cada jueves por Lima no nos acompañaría fisicamente, si no se corazón y espíritu. Aún así, conociendo su ánimo aventurero, el Profe nos dijo que nos escoltaría en su auto hasta Ticlio para hacernos fotos y videos. Lamentablemente no llegó y tuvimos que partir para que no nos alcansaces los MotoRiders antes de terminar el ascenso del lado occidental de los Andes.

Partí a la cabeza y chequeaba que el Tiburón estiviese siempre en mi espejo retrovisor derecho. Aplicamos la misma estrategia del viaje anterior: hacer nuestras señales de comunicación y obedecer al líder.

Todo iba bien, dejamos la autopista que sale de Lima para tomar la Ruta 20, mejor conocida como Carretera Central y el paisaje conocido nos hacia recordar nuestro primer viaje Elitero. Pasamos Matucana (Km 74, 2390 msnm), donde hicimos una pequeña pausa y empezamos el ascenso más severo y fue ahí cuando pude constatar que mi Elite no andaba al ritmo de antes, por lo menos no andaba igual que cuando hicimos la primera escalada, ya que la Elite del Tiburón pasó a ser la moto líder y poco a poco empezaba a distanciarce de mí sin poder mantener el ritmo. Decidí retirarle el filtro de aire a mi scooter, un truquito que mi viejo me había enseñado.

Otro problema que teníamos era la cantidad de autos que había en la ruta. Y es que parecía que todo Lima aprovechaba los feriados para viajar y qué mejor destino que la selva central, cerca, cerquita, calurosa y con buena comida.

Ticlio, lugar conocido

El Tiburón frenaba un poco su ritmo para no perderme. Le dije que siga y que nos veríamos en Ticlio, la primera parada larga programada. Al llegar a Ticlio y encontrarnos en el vertice de los Andes, el punto que divide en dos la cordillera: oriente y occidente, nos detuvimos a recargar combustible. Abrazos, fotos y revisar las Elite. Algunos de los autos que habíamos pasado en la ruta mientras ascendíamos también se detenían para tomar fotos y no podían evitar acercarse a nosotros con cara de asombro a preguntarnos cosas como de qué cilindrada son las motos, desde donde venimos, hacia dónde vamos y si estábamos locos. Nosotros muy felices y con un cierto aire heroico respondíamos a todas sus inquietudes y dejábamos que se tomen fotos con nosotros, con las scooter y hasta les prestábamos los cascos para que tengan una experiencia más cercana. Ahora que lo pienso, creo que debimos haber cobrado por eso. Como sea, no podíamos evitar sentirnos en el parnazo, con el pecho inflado y muy envidiados, ajá!


En esta parada realicé algunas correcciones al carburador de mi Elite y volví a colocar el filtro de aire que había retirado en Marucana. No vimos a los MotoRiders, así que continuamos con el viaje, pero esta vez ya nos tocaba lo fácil, el descenso. Próxima parada La Oroya, a 3750 metros sobre el nivel del mar y donde pensábamos tomarnos un buen desayuno. Tiempo estimado de llegada a esa ciudad, una hora. Tiempo total de viaje hasta ahora, unas tres horas y media.


El restaurante a la entrada de La Oroya estaba tan lleno de autos como la parada de Ticlio. Nos estacionamos justo al lado de la ruta por si los MotoRiders pasaban para que nos puedan ver. En La Oroya mantuvimos perfil bajo, no fotos, no fama, no preguntas que responder. Ya estábamos cansados de esto, fo!

Recorriendo la pampa

Una hora más tarde reanudamos la marcha, ya era casi medio día y estábamos lejos de llegar. Montamos, dejamos La Oroya y su infernar tráfico y enrumbamos rumbo a la laguna de Junín, que era una de las atracciones que habíamos programado ver. Nuestro amigo Tito “Nitro” Ugarte, empedernido viajero de categoría KTM 950 y Elitero en sus ratos libres, nos había comentado de todos los pormenores que debíamos tener para andar sin problemas hasta el lago: la descripción del camino, por dónde ir y los cuidados a tener.

Era la primera vez que el Tiburón y yo iríamos al lago Junín. Esto implica alejarse de la ruta que nos lleva a nuestro selvático destino. Entonces, en vez de tomar el desvío hacia La Merced (este), devíamos tomar el que va hacia Junín (norte) y recorrer más de 100 kilómetros sólo para llegar. Así que el tiempo apremiaba.

Recorrer la pampa de Junín es una experiencia increíble, ya que cuesta un poco creer que uno esté casi a 4 mil metros de altura y que podamos encontrarnos en una enorme pampa, plana y amplia, llena de pastos típicos de la puna y muchos auquénidos que pastan de ellos y cruzan el camino como estampida. Es una experiencia increible la de correr en moto al costado de vicuñas libres y “salvajes”. Pero no sólo eso, sino que tuvimos la compañía del Tren Andino que transporta el mineral entre la minera ciudad de Cerro de Pasco y Lima la capital.

Un poco de historia

Las Pampas de Junín son célebres ya que fue aquí donde se llevó a cabo la penultima batalla de la independencia del Perú, entre el Ejército Libertador Unido del generalísimo Simón Bolivar y las últimas huestes españolas que quedaban en América del Sur en el siglo XIX. Es muy fácil divisar el punto exacto donde ocurrió la batalla, ya que desde la carretera se puede ver el enorme obelisco que resalta en medio de la pampa y por un pequeño camino de tierra podemos ingresar al parque nacional que alberga el museo de sitio.




Era el 6 de agosto de 1824 y Bolivar decide cortarle el paso al ejército realista en las pampas de Junín. Bolivar divide sus fuerzas de la siguiente manera, oculta al regimiento de caballería de los Husares del Perú enre los arbustos de unos pantanos que conforman el nacimiento del enorme lago Junín y a su infantería la divide en batallones para enfrentar a los españoles, colocados entre las caballerías de los Húsares de Colombia y los Granaderos de Argentina. Bolivar y su estado mayor observavan la batalla desde unas elevaciones naturales, como lo hacía Canterac, el último virrey español y jefe de la milicia. La peculariedad de esta batalla es que durante la hora que duró (de 17 a 18), no se realizó ni un solo disparo y todo fue una lucha a punta de sable, lanza, escupitajos, insultos, muchos golpes y gritos de guerra y dolor. Bolivar es informado que su Ejército Libertador está perdiendo la batalla ya que los realistas vienen acuchillando a los patriotas, por lo que ordena a uno de sus generales ordenar la retirada total y salvaguardar al ejército. Este general le oredena a su ayudante, el mayor Rázuri, que se diriga a la caballería escondida entre los matorrales pantanosos, los Húsares del Perú, para informar de la retirada y replegarse todos juntos para así enfrentar a los españoles en otra oportunidad.



Es así que el mayor Rázuri sale al galope a cumplir la orden, pero en el camino ve una oportunidad de que se puede ganar la batalla. Al llegar a los Húsares del Perú da la orden de Bolivar un poquito alterada y con una arenga de por medio les ordena atacar a todo galope. Los Húsares entran en acción al grito de “Al galope, cargen!”, tomando por sorpresa a los relistas y ganando la batalla, que luego se conocería como la batalla de Junín. Bolivar en su retirada es alcanzado al galope por un mensajero de Razuri que traía un mensaje escrito a mano por el mismo mayor donde decía “Victoria”. Más tarde un general de Bolivar le dice al mayor desobediente: “Razuri, ud., merece ser fusilado, pero se le debe la victoria”.


Para terminar con la historia, unos meses después se lleva a cabo la última batalla por la independencia de America del Sur en las pampas de la Quinua, en Ayacucho. Poniendo punto final al dominio español y empezando una nueva página en la historia de toda Sudamérica. Esto fue posible solamente por hombres como Bolivar y otro gigante generalísimo como lo fue San Martín, quienes vienieron independizando naciones hermanas a lo largo de toda Sudamérica, Bolivar desde Venezuela y San Martín desde Argentina, coincidiendo ambos en Perú entre 1821 y 1824.

En el museo de sitio se puede apreciar todo esto y hay unos murales hermosos donde se rinde honores a los patriotas de todos los ahora países de la región: argentinos, chilenos, bolivianos, venezolanos, colombianos, ecuatorianos así como panameños, cubanos, haitianos, rusos, franceses, irlandeses, ingleses e incluso españoles. Todos ellos lucharon aquí para darnos la libertad. Estar ahí, para el Tiburón y para mí era una cosa muy especial.

Retornando con el viaje, dejamos el lugar de la batalla para ingresar a la ciudad de Junín que se haya a orillas del lago. Ingresamos a la ciudad y tomamos un camino de tierra en perfecto estado (parecía una pista) para rodear el lago por el oeste. Recorrimos como la mitad del costado oeste y estábamos asombrados del paisaje. El lago Junín, de aguas azul profundo parece un espejo donde se reflejaba el cielo y a lo lejos podíamos ver la cordillera blanca del Callejón de Huaylas con sus picos nevados eternos. Los contrastes de colores eran increíbles y la libertad que ofrece andar en moto, bueno, en scooter, no te la da nadie!


Estábamos tan emocionados recorriendo el lago con el marco impresionante del paisaje que imprimimos mucha velocidad en la ruta. No pensamos en le peligro que es andar en tierra con llantas de asfalto. Por más que la superficie esté en buen estado siempre es peligroso, sobretodo en curvas con subidas y bajadas. Pero en fin, fuimos unos imprudentes, pero nadie nos quita lo vivido.

Dejando el lago

Paramos en un mirador en una zona alta al lado del lago, tomamos unas fotos, vimos a los animales que viven en el lago como los patos zambullidores y algunos camélidos, además de las vacas que pastan ahí. En eso vimos la hora y nos asustamos mucho. Eran como las 14h y recién estábamos a la mitad del viaje. Ahora, había que desandar lo andado, encontrar la Carretera Central otra vez y seguir desendiendo con rumbo selva.



El regreso por las pampas fue eterno. Andábamos a toda velocidad y parecía que no nos movíamos. Es el efecto de la pampa. El frío empezaba a sentirse un poco más y el adormecimiento general por las muchas horas de moto nos pasaba factura con el cansancio. Fue así que le comuniqué al Tiborón, que andaba siempre en mi espejo retrovisor derecho, que me estaba dando sueño. Se acercó a mi lado para conversar y me respondió que él también comenzaba a tener sueño. Así que pensé en una solución. Empezamos a hacer figuras acrobáticas sobre la moto. Pero no se asusten, cosas muy censillas, como levantar y sacar los pies por los lados, pararse en un pie haciendo el “angelito” estirando un pie por detrás, cambiando la posición en que estábamos sentados, algunas veces emulando el estilo de una chopper, otras a una pistera, etc. La pista, en eterna línea recta y la ausencia de otros autos en toda la ruta, nos hacía las cosas fáciles, pero aburridas, como ya dije.

Al fin! Alcanzamos el desvío Las Vegas y retomamos la Carretera Central para esta vez ir hacia el este y desender de esta puna fría rumbo a la calidez de la selva. De pronto nos entró un súbito chorro de adrenalina al cerebro, era algo extraño, ya que nos ocurrió al Tiburón y a mí. Sentíamos un deseo loco de bajar hasta Tarma a toda velocidad por esas curvas que invitaban a recorrerse por la totalidad de su asfalto negro y rugoso, mientras un hermoso sol a nuestras espaldas nos alumbraba perfectamente todo el valle de las flores rumbo a ciudad de Tarma. El sueño y cansancio habían desaparecido.

Hola Tarma, adiós Tarma

Mientras bajábamos como locos descolgados de los cerros, exigiendo al máximo los excelentes frenos de la Elite, nos fuimos dando cuenta de que la procesión de autos que veíamos desde Lima continuaba. Confirmado: todo Lima se viene a Chanchamayo. Pasabamos autos sin piedad, siempre sincronizados entre el Tiburón y yo gracias a nuestras señales de mano, mejor que walkie-talkie. De pronto, un Honda Civic negro, del año y que acabábamos de pasar, nos alcanzó y se puso detrás de nosotros, muy cerca. Seguimos sin importarnos pero en eso vimos que sus intenciones eran las de pasarnos. Apareció un camión enorme y bajamos la velocidad, ya que la ruta es estrecha y las curvas tienen poca visibilidad, cuando en eso el Civic nos pasó como loco. Luego de que pasáramos el camión volvimos a alcanzar al Civic negro, pero por más que tratabamos de pasarlo no nos daba espacio, aceleraba más y tomaba las curvas muy abierto, sin dejarnos espacio para el pase. Así que nos quedamos detrás de él por lo que quedaba del camino.

Llegamos a Tarma muy exitados, con la adrenalina aún corriendo por nuestras venas, casi temblando y muy mucho contentos. Nos abrazamos, golpeamos nuestros cascos, gritamos unas arengas y nos felicitamos. Eran casi las 17h, estaba por oscurecer y aún no habíamos almorzado. Dejamos las Elite en la Plaza de Armas, frente a un restaurante y entramos a almorzar. Nunca nos atendieron. Y cuando por fin alguien se dignó a acercarse a nuestra mesa fue para decirnos que tardarían 45 minútos como mínimo en tener lista nuestra comida. Ante este pésimo servicio decidimos retomar el camino con el estómago lánguido.

Dejamos Tarma luego de reabastecer combustible y nos agarró la noche. Viajamos tranquilos y llegamos sin contratiempos a la ciudad de La Merced. Buscamos un lugar para hospedarnos pero no encontramos nada. Nada de nada. Fuimos a la ciudad vecina de San Ramón y era la misma situación. Buscábamos a los MotoRiders y nadie nos daba razón. Así que le propuse al Tiburón buscar un lugar para almorzar/cenar cuando eran las 21h y exaustos.

Al estacionarnos frente a un restaurante y mientras nos quitábamos los cascos y demás implementos, aparecieron nuestros amigos MotoRiders. Se encontraban cenando en el mismo restaurante que nosotros habíamos escogido al hazar. Preocupados, nos preguntaron por las novedades del viaje, ya que habían oído de otros moteros que un motociclista en una scooter se había caído bajando de Ticlio. Todos pensaban que era yo, no sé por qué. La cosa es que no era yo y tampoco era mi scooter. Resultó ser un compañero de otro club motero pero que no anda en scooter. Por suerte no sucedió nada muy grave.

La pesadilla del hospedaje

Los MotoRiders nos comentaron sus planes: Al día siguiente salir temprano rumbo a Oxapampa, unos 76 kilómetros de nuestra actual ubicación. Nos dijeron que el 15% de la ruta era de tierra y el resto de un asfalto perfecto y que no sería problemo.

Aceptamos acompañarlos. Pero ahora nuestro principal problema era buscar dónde pernoctar, las horas pasaban, el cansancio se hacia sentir y nos esperaba al día siguiente otro día de motos. Además, nuestras chicas llegaban en bus a primera hora de la mañana, por lo que nos quedaban pocas horas de sueño. Y bueno, sí, las mandamos en bus porque somos concientes de que con dos personas, la Elite, por más buena máquina que sea, no va a llegar a subir los casi 5 mil metros que hay que transponer para cruzar los Andes.

El Tiburón sacó un As bajo la manga y llamó a un compañero de cleta que vive en la vecina San Ramón. Este amigo aceptó que nos quedáramos en su casa. Enrumbamos ahí sin chistar y tras la ceremonia de introducción intercambiando los como estás, a los tiempos que nos vemos y los pormenores del viaje, fuimos a un cuarto donde nos esperaban unos cojines y unas bolsas de dormir.

Nos dio una llave de la casa ya que el Tiburón y yo pensamos en salir a una discoteca ubicada entre las dos ciudades. Dejamos las Elite en la cochera y tomamos mototaxi. Llegamos, tomamos unas cervezas, chequeamos el material local y luego de unas horas retornamos a dormir. El problema fue que no había cómo regresar a San Ramón. No pasaba ni un auto, ni una mototaxi, nada de nada. Decidimos, luego de esperar mucho, caminar hasta la ciudad y nos internamos en la carretera que atraviesa la, a esta hora, oscura selva.

No veíamos nada, nos guiábamos con la luz de nuestros celulares y por ratos pasábamos cerca de alguna casa que tenía una pequeña luz encendida. Hasta que de pronto, la salvación. Apareció un mototaxi y rezamos para que esté vació. Pero no lo estaba. Seguimos andando y al rato vimos que regresaba. Era el mismo mototaxi que había dejado a sus pasajeros y regresaba por nosotros y claro, nos pretendía cobrar carísimo, algo que estábamos dispuestos a aceptar.

Unos kilómetros más allá se detuvo. La causa: se apagó el motor. Pasaron algunos largos minutos, casi una hora y al fin logró hacer arrancar el motor nuevamente. La pesadilla terminó cuando llegamos a la casa pasadas las 3 de la madrugada y el paraíso fue acurrucarme entre cojines y la bolsa de sormir sobre el frío suelo de la casa. El cansacio me hizo sentir que dormía sobre nubes en el paraíso.

Había sentido que acababa de cerrar mis ojos cuando un ruido me despertó. Era mi celular y eran poco más de las 5 de la madrugada. Nuestras chicas habían llegado más temprano de lo pensado y esperaban por nosotros en el terminal del bus. Se apiadaron de nosotros y tomaron un taxi para llegar. Ahora, los cojines y las bolsas de dormir sobre el suelo nos quedaban pequeños, ya que éramos cuatro culos tratando de entrar ahí.

A Oxapampa

Temprano, prestos a salir con los MotoRiders, el dueño de la casa nos ofreció desayuno y nos deseó buen viaje. Preparamos las cosas y salimos al encuentro de los otros moteros. Al llegar nos dijeron que vayamos avanzando y que ellos nos alcanzarían en la ruta, sabiendo la menor velocidad de nuestras scooter.


Todo bien, salvo que ese “15% de trocha de la ruta a Oxapampa” que nos dijeron, resultó ser un 40% en total de los 76 kilómetros. Pero ya estábamos ahí, dijimos y sin darnos cuenta atravezamos toda la trocha infernal. Pero para esto tuvimos que andar a menos de 15 kilómetros por hora, sortear huecos enormes, cruzar riachuelos que nos hacían replantearnos el retorno inmediato y atravezar una zona de barro que parecía chocolate fundido. La pesadilla de cualquier motero, salvo que seas un motocross.

Aún así, las Elite dieron la talla y soportaron el castigo sin problemas, pero terminaron hechas un asco. Totalmente sucias y embarradas que parecían hechas de chocolate. Y poco a poco y casi sin darnos cuenta encontramos el asfalto otra vez y fuimos muy felices. Comprobamos muy contentos que en esto sí tenían razón: el asfalto era perfecto, parecía hecho en el cielo.

El viaje por la selva fue increíble. Los paisajes y el calor son de lo mejor. Las Elite andaban con nuestras chicas atrás sin problemas y nos encontrábamos en una zona de curvas y pendientes ligeras a unos 900 msnm. Las chicas aprovehcaron para hacer unos videos y todos disfrutábamos el viaje.



La ruta asfaltada es atravezada por numerosos arrollos de agua, algunos muy anchos y profundos, el mayor que afrontamos era como de unos 15 metros de ancho y que cubría toda la pista, con una profundidad de agua de unos 5 centímetros. Algunos se encontraban en plena curva y normalmente los atravezábamos sin problemas. Hasta que de pronto escuchamos un ruido atrás y vi por el retrovizor una Elite que venía hacia mí arrastrándose por el suelo, sin pasajeros.

Regresamos y ayudamos a los caídos. El Tiburón y Sonia, a quien bautizamos “Sónica”, no tenían nada. Ni un solo razguño. Ambos estaban asustados y muy mojados ya que cayeron al agua. La Elite ni un solo raspón, producto de caer al agua también. Retomamos en viaje inmediatamente con la consigna de bajar la velocidad y NO GIRAR NUNCA EL TIMÓN AL ATRAVEZAR UN BADO DE AGUA EN ASFALTO. Pero unas cuantas curvas más volvieron a caer, igualmente sin ningún raspón. Otro milagro.

Llegamos a Oxapampa y esperamos a los MotRiders en la Plaza de Armas, mientras fuimos a almorzar, eran como las 13h. Nuestros amigos nunca aparecieron y unas horas después decidimos regresar a La Merced. Nos despedimos del calor de Oxapampa y nos llevamos algunas cositas de recuerdo, como miel de abeja, quesos y demás chucherías que compraron las chicas.

De vuelta en la carretera y mientras atravezaba un baden nos tocó caer a nosotros al agua. Pero esta vez mi chica sí se golpeó la rodilla. Paramos un rato, como una media hora para que se recuperara y en ese lapso de tiempo vimos a dos motos con gente local que vive por ahí caerse en elmismo baden de agua.

Retomamos el camino y perdí de vista al Tiburón. Paramos a esperar y al no verlos aparecer decidimos regresar a buscarlos. Los encontramos un poco más allá, mojados y con Sónica muy molesta, se habían caído por tercera vez y sin concecuencias. Merece su canonización este escualo.



Decidimos así, parar y esperar a una combi. Metimos a las chicas adentro con pasaje a La Merced y nos fuimos. Aún habían muchos badenes por atravezar y ya la cosa se ponía jodida y no queríamos arriesgarnos más. Rapidamente dejamos a la combi atrás y tras dejar la zona de badenes imprimímos un ritmo endiablado a las Elite. El camino invitaba y el poco tráfico también. Pero el placer acabó cuando encontramos nuevamente la zona de trocha que hay que atravezar. Empezamos andando despacio pero luego le metimos más velocidad, ya que ahora las Elite viajaban con menos peso. Mis llantas Pirelli nuevamente no me defraudaron y me permitieron andar a buen ritmo, sin sustsos ni resbalos en la tierra, barro, ríos y huecos. La frenada muy buena y sólo deslizaba un poco la rueda posterior, nada que no se pueda controlar.

Unos cuantos kilómetros antes de que se termine la zona de tierra nos alcanzó y pasó la combi donde viajaban nuestras chicas. Y al llegar al principio del asfalto las encontramos esperándonos. Todos a bordo y mientras retornábamos a la ciudad decidimos hacer una parada en un molino de café para ver el proceso y comprar algo de esa aromática semilla.

Tras esto, encontramos a los MotoRiders en su hotel y nos detuvimos a hablar con ellos. Resulta no no fueron a Oxapampa porque se dieron cuenta que el suelo de trocha era pésimo, así que decidieron regresar y diriguirse a otra ciudad por donde sí continúa el camino asfaltado. Pensamos dos cosas: o somos unos tontos que no sabemos en qué momento retroceder y salvaguardar nuestras máquinas y comodidad, como hicieron ellos, o somos muy avezados pero tontos. Queda para el anecdotario.

Regresando lo andado

El día siguiente era lunes 12, el feriado terminaba el martes 13. Así que decidimos regresar a Lima porque si no sería muy difícil con todo el tráfico del último día, recordemos que a todo Lima se le ocurrió venir a Chanchamayo. Preparamos todo para el viaje y las chicas tenían sus boletos para ese mismo día pero en la noche, cosa que las recogeríamos en Lima el martes a primera hora.

La mañana del lunes 12 estabamos ya en la ruta desandando lo andando el Tiburón y yo, tal cual habíamos venido. El viaje lo planteamos tranquilo y sin apuros, ya no teníamos que visitar el lejano lago Junín ni teníamos apuro. Nos propusimos disfrutar más del paisaje. Pero aún así, nuestra adrenalina se disparaba y andábamos al máximo de velocidad, siempre.

Pero no se asusten, cuando digo el máximo de velocidad no me refiero ni a 100. Recordemos que estas Elite son 125 centímetros cúbicos y con transmisión automática. Sumado a la altitud sobre el nivel del mar a la que nos encontrñabamos durante todo el viaje y las largas pendientes que teníamos que ascender, hacían, que con esfuerso, nuestra máxima velocidad sea, con suerte, unos 60 kilómetros por hora. A veces en bajadas podíamos llegar a 80.

De regreso en la ingrata Tarma paramos a reabastecer combustible por última vez y continuamos rumbo a Ticlio, el divortium acuarium. Pero antes de llegar a Ticlio y tras dejar La Oroya mi Elite se apagó en plena subida. Revisé todo y encontré que no pasaba gasolina. Saqué el filtro de gasolina, lo soplé un poco, soplé las mangueras, volví a armar y listo, encendió y como nueva otra vez. Pero el susto fue tremendo!

Ticlio y sus punas heladas, que lucian con poca nieve por no ser temporada, se encuentra a 132 kilómetros de la ciudad de Lima y marca el ingreso al departamento del mismo nombre. A 93 kilómetros de Lima está el pueblo de San Mateo y fue ahí donde paramos a almorzar. Habían algunos autos en la ruta y vaníamos siguiendolos. Pero al parar en el restaurante de San Mateo e ingresar, nadie nos preguntó nada, como sí lo hicieron en Ticlio a la ida. La fama es ingrata.



A unos 50 kilómetros de Lima paramos en un lugar a lavar las motos. La verdad estaban irreconocibles. Llenas de barro, tierra, polvo y marcas de pies y manos por todos lados. Tras la lavada y descanso entramos a Lima como a las 19. Tranquilos, felices y muy pero muy cansados. Al momento de despedirnos, el Tiburón y yo coincidimos en una cosa: el destino es lo de menos, lo importante es viajar.

Epílogo

Fueron unos mil kilómetros de viaje en total. De los cuales el 60% se realizaron sobre los 3500 metros de altura sobre el nivel del mar. El 15% fue por rutas de tierra y de esos, el 5% fue de tierra en pésimo estado. La duración del viaje en total, es decir, el tiempo que pasamos montados en la scooter fue de unas 18 horas acumuladas en 3 días y consumimos unos 9 litros de combustible de 90 RON en total. Todos estos son datos muy aproximados, casi exactos.

Así, la Elite nos ha demostrado que sobrepasa sus prestaciones si uno la sabe llevar y que es una máquina muy confiable y que nunca te dejará botado. Además de ser segura y cómoda. Como siempre, volvemos a lo mismo y te damos la razón: es una scooter hecha para la ciudad, por lo que no es para nada cómodo ni recomendable llevarla a viajes largos como hemos hecho nosotros, ya que su poca autonomía nos hace tener que llevar siempre depósitos auxiliares de combustible para reabastecer en la ruta. Sumado a esto tenemos la poca velocidad final que alcanza y lo incómoda que resulta en trayectos muy largos, digamos, más de 3 horas. El pequeño tamaño de sus neumáticos y su baja altura son otro punto en contra, lo que hace que los baches e irregularidades del camino se hagan sentir mucho al igual que su suspensión blanda, no recomendable para rutas largas ni caminos sinuosos. Destacan sus frenos y su bajo consumo de combustible en todo momento, su motor infatigable y por su puesto su estética, ya que donde va se hace notar y resalta por sus líneas muy bonitas. Otra nota importante es que ambas Honda Elite, identícas, eran nuevas, del mismo año, con un promedio de uso de 5 mil kilómetros entre las dos y se encontraban totalmente estandar, tal cual salieron de fábrica, sin ninguna alteración ni modificación. Salvo por los neumátocos nuevos que le puse a la mía para mejorar sus prestaciones, lo cual es una obligación para la Elite, más que una recomendación, ya que los neumáticos originales con que viene son muy malos, lo confirman las 3 caídas del Tiburón y la tenida en curva, donde mi Elite era notablemente más rápida y más dócil de inclinar y controlar.


Así, esperamos que estas crónicas sean tomadas como una referencia y quizá hasta como un precedente. Nuestra intención a sido, simplemente querer compartir con nuestros amigos moteros y sobretodo Eliteros esparcidos por todo el mundo nuestras vivencias y amor por estas pequeñas motitos.

Esperamos que la próxima aventura sea con todos y en verdaderas motos, hechas para estos menesteres.
Acá un video resumen de una pequeña parte del viaje.

Fe de erratas: El año en el video es 2008

martes, 8 de abril de 2008

A 4818 msnm en una scooter


[pulsar en las imágenes para verlas en alta resolución]

Y de verdad que ahí estábamos. Hacía mucho frío, menos de cero nos dijeron, caía un granizo pequeño que no era granizo, pero que tampoco era nieve, estaba entre los dos y las scooter, estoicas, aún funcionaban y andaban sin problemas, bueno, con los problemas típicos de estar a gran altitud. ¿De qué scooter hablamos? De la mejor, la Honda Elite 125 tipo I modelo 2007.

Y aquí estábamos, 132 Km después y a 4818 msnm., en sendas scooter. Quién lo diría, llegamos y aunque mi fe no era a prueba de balas, nunca dudé en llegar a Ticlio. Suena contradictorio, lo sé, decir que no tenía fe de llegar, pero que no dudé en que llegaríamos. Lo que pasa es que pensaba que en algún punto deberíamos de regular el motor para continuar el viaje o que de pronto los motores se apagarían y deberíamos empujar. Precisamente de eso se trataba mi disyuntiva y falta de fe, de que llegaríamos a Ticlio, sea como sea, aunque sea empujando las scooter y a casi cinco mil metros sobre el nivel del mar, la tarea de empujar hacia arriba más de cien kilos sobre ruedas se haría más que pesada, casi imposible. Aún así lo haría.

EL ABRAZO SUDAMERICANO
Pero vayamos al principio de lo que nos lleva a emprender esta hazaña. Todo parte del “Abrazo Sudamericano”. Campaña empecinada por un Albatros bogotano que tras comprarse la primera moto de su vida y emocionarse como todo aquel que tuvo una moto por primera vez en su vida, no tuvo mejor idea que querer recorrer todo Sudamérica de cavo a rabo en moto.

Su itinerario es salir de Bogotá en su scooter, solo o acompañado, no le preocupa, sabe que tiene amigos por todos lados que le ofrecieron recibirlo y hasta salir a rodar con él por algunos kilómetros, si no lo acompañan el resto del viaje. Entonces, salir de Bogotá, bajar a Lima y unirse a los Eliteros peruanos por un rato para luego emprenderla hacia Chile y sus buenos Eliteros. Aquí surgía la duda: ¿Para ir a la Argentina, pasarán los Andes las scooter? Así que le dije que lo iba a averiguar por él. Así no habría problema para realizar el “Abrazo” y retornar por Brasil y Venezuela rumbo a Colombia otra vez.

No es que necesite una excusa para salir de viaje, ya que cuando alguien me preguntaba el por qué de ese viaje a Ticlio simplemente respondía “sólo por ir”, pero agregaba una excusa más: “demostrar que las Elite son muy buenas, la mejores”. Pero en realidad sólo quería viajar y si había excusa, mejor aún. Lo bueno fue que otros Eliteros locales se contagiaron muy fácil de mi idea y decidieron acompañarme. ¿Quién decía que la locura no se contagia?

A LA PUNA EN MOTO
Domingo 6 de abril, 06:15 horas: Gasolinera Primax del Jockey Plaza. Ya Luigi se encontraba esperando cuando yo arribé. Todo lucía tranquilo y sin ruido mientras nos preparábamos para el viaje. Así, tras la llegada de José Antonio “El Tiburón”, llenamos los tanques de combustible y los bidones de dos galones que irían en el hueco porta casco debajo del asiento, compramos algo de beber y galletas y tras revisar la presión de aire de los neumáticos dijimos “Ticlio, allá vamos” y salimos raudos y felices.

El itinerario era el siguiente: Tomar la Panamericana Norte hasta la salida con la autopista Ramiro Prialé, que nos llevaría directo a la ruta 20, mejor conocida como la Carretera Central. La primera parada estaba programada para hacerse en Matucana (Km 74, 2390 msnm), pero nuestras vejigas pudieron más que nuestro espíritu, así que tuvimos que hacer una “parada estratégica”, como le llamaríamos. En Matucana nos recibieron con campanadas desde la catedral y los curiosos venían a ver nuestras monturas de cerca. Desayunamos, un café bien cargado para Luigi y para mí acompañados de sanguchitos y una sopa o no sé qué para el Tiburón.

Seguimos el viaje siempre hacia el este y subiendo la cordillera. El río Rímac de encañona definitivamente y las enormes paredes de piedra cortada para trazar esta carretera impresionan. Cuando en eso escuché un ruido muy fuerte, un zumbido veloz y pronto a mi lado se aparecía una Yamaha que parecía la YZF-R6, en ese azul distintivo que caracteriza a las Yamaha. Hizo sonar la bocina, saludó con el dedo pulgar levantado y tras un par de aceleradas que retumbaron entre los cerros, desapareció entre las curvas malditas. Fue obvio que todos sentimos esa sana envidia de querer ser el sujeto que nos acababa de rebasar. Pero estoy seguro que él habrá pensado “qué bravos para venirse por acá en esas scooter, deben ser unos curtidos y temerarios moteros!”

Camiones bajaban, camiones subían y compartían esto con los buses en una constante de enormidad. Muchos de los choferes con los que nos cruzábamos nos saludaban con la bocina y se veía en su rostro una gran sonrisa de asombro y admiración. Así fuimos pasando kilómetros y aún las Elite se sentían en buena forma. Además, el lenguaje de señales que estudiamos para comunicarnos nos fue de mucha ayuda verdaderamente. Gracias a esto podíamos, al que le tocaba de líder, avisar a los de atrás sobre baches, huecos, piedras y demás obstáculos hallados en la pista, así como dónde bajar la velocidad, cuándo adelantar, cuando parar, etc. Éramos súper responsables y súper educados y lo pasábamos muy bien, disfrutábamos cada curva, parábamos para las fotos y videos entre el paisaje hermoso y las Elite perfectas.

LA TORMENTA
Hasta que de pronto, antes de llegar a San Mateo, Luigi nos advierte que por más que aceleraba a fondo, su Elite ya no daba. Le dije que no acelera a fondo, que la acelere progresivamente y que al llegar a San Mateo, que era la siguiente parada programada, haríamos el ajuste del carburador de su scooter.

San Mateo de Huanchor (Km 93, 3240 msnm). Parada programada para abrigarnos más, descansar y de paso, ajustar las Elite. La del Tiburón y la mía subían sin problemas, salvo lo normal experimentado por la altitud. Pero, tras la regulación al carburador de la Elite de Luigi, los tres seguimos el camino a nuestro destino nevado. Un dato curioso fue comprobar que al estar estacionados en esa placita, las Elite en ralentí ya se apagaban al cabo de un corto rato. También fue grato ver cómo los pobladores, al igual que en Matucana, se acercaban a saludarnos.

Pasamos el asiento minero de Casapalca (Km 117, 4200 msnm) y empezó a caer agua del cielo. Una lluvia muy ligera, menos mal ya estábamos bien abrigados. Aun así, teníamos las manos entumecidas, pero podíamos utilizarlas sin mucho problemas para accionar los frenos. Unos cuantos kilómetros más y la ligera pero constante lluvia se convirtió en granizo. Un granizo muy pequeño y suave, que no era ni hielo, ni nieve, pero que empezó a generar que del asfalto calentado por el sol se levantase una gruesa, por ratos, capa de niebla que nos hacía por momentos encender las intermitentes y andar con cuidado, ya que ninguno de nosotros tenía experiencia de conducir sobre hielo o pista húmeda y menos aún con cero visibilidad por ratos, además de que Luigi y José Antonio aún calzan sus llantas originales.

LA CALMA
Por un momento la cuesta en la ruta se vuelve más pronunciada y las Elite empezaron a perder velocidad. Fue ahí cuando pensé en que llegaría empujando la scooter los últimos metros. Pero luego de un rato se niveló un poco la ruta y la velocidad empezó a subir otra vez. Disminuyó la granizada y se despejó un poco la neblina. Era como que los elementos de la naturaleza se ponían otra vez a nuestro favor. Nos agrupamos los tres, casi lado a lado y empezamos a gritar arengas como “¡Llegamos huevón!; ¡Ya estamos, ya la hicimos, un poco más!; ¡Somos lo máximo caraxo, las Elite son lo máximo!” Y cosas así. Cuando de pronto el suelo se niveló, la humedad desapareció y se despejó el cielo. Un enorme cartel verde nos indicaba que nos encontrábamos en Ticlio, Abra Anticona, Km 132 y a 4818 msnm o 15806 pies: Punto Ferroviario más alto del mundo. Eran las 12 y algo y la velocidad a la que llegaron las Elite fue de unos 35 Km/h. No está mal, nada mal.

La ruta empezaba su descenso hacia la vertiente o cuenca del Atlántico. Pero nosotros nos quedábamos aquí, en el Divortium Aquarium.

ESTO ES TICLIO
Salimos de la ruta, nos desmontamos, nos abrazamos y golpeamos muy fuerte producto de la adrenalina y la testosterona, algo que nuestros antepasados cavernícolas podrían explicar. Fotos por todos lados, videos, dificultad para respirar y por consiguiente hablar y las Elite, aunque se apagaban al poco rato de dejarlas en ralentí, aún andaban si no dejabas que se apaguen y encendían sin problemas cuando se apagaban. Pero si bien la felicidad nos acompañaría todo el resto del tiempo y hasta el día de hoy, el clima decidió volver a lo acostumbrado y la granizada arreció, así como la neblina, que rápidamente nos rodeó producto del fuerte viento y nos quitó la espectacular vista de los picos nevados. Así que antes de que desaparezcan por completo, aproveché para tomarme una foto lo más idéntica posible a la que tiene mi papá con su moto en Ticlio también, pero en la segunda mitad de los años sesenta. Así que ya empecé una tradición, les tocará a mis hijos continuarla.

Un poblador (sí, ahí vive gente), nos indicó dónde podíamos tomar algo caliente y comer. Así que fuimos para allá, dejando a las Elite al capricho del temporal. ¿Prenderían luego?

Sendos mates de coca les transmitían calor a nuestras manos desnudas y congeladas que aferradas a la taza pugnaban por recuperar el calor y control por dejar de temblar. Las galletas bañadas en chocolate nos daban algo de energía calorífica y el hecho de estar aislados del exterior y en un lugar calientito gracias a la cocina, nos hacía que dejáramos de temblar y que nos sintiéramos en el cielo. Literalmente.

Sabía de antemano que la lluvia fuerte empezaba a partir de las 16:00 y esto fue confirmado por los pobladores locales. Así que sin nada más que hacer, decidimos emprender el retorno. Pero algunos camioneros que habían parado a descansar ahí tenían otros planes para nosotros.

Pero no se asusten, sólo querían tomarse fotos. Así que los subimos a las Elite, les pusimos los cascos y todo y les tomamos todas las fotos que querían. ¡Lo máximo!

EL RETORNO DE LOS RIDERS
Luego de retirar un poco la nieve que las cubría nos sorprendimos de ver que encendieron sin problema a pesar del frío y la altura, así que la bajada fue un relajo. Casi ni teníamos que acelerar y los frenos los usábamos muy poco, ya que la Elite, si bien es automática, se mantiene enganchada todo el tiempo y esto nos da el famoso efecto de “freno motor” al dejar de acelerar. El único problema era la pista mojada, empapada ya y el granizo constante que luego se convirtió en lluvia.

Al llegar a San Mateo ya no llovía y según nuestro plan, era la parada para almorzar. Eran las 15:00 aproximadamente y el lomo con papas de Luigi competía con el bistec apanado mío y la sopa de patasca del amigo Tiburón. Las Elite andaban sin problemas. Anécdota: Curiosamente, el odómetro del Tiburón marcaba exactamente mil kilómetros.

Sin darnos cuenta ya estábamos en Matucana y el paisaje se había puesto tan bonito como durante la subida. El sol alumbraba todo y los colores se lucían mejor que nunca. Supongo que esto lo notábamos ahora más que en el ascenso porque ya veníamos más relajados y sin prisas. Además de que parábamos más seguido para las fotos y videos.

Más cerca a Chosica (la puerta de Lima) y más horrible se ponía el tráfico y el calor nos hacía sudar. Así que tomaos un desvío en Ñaña que nos llevaría a la autopista Prialé, pero antes paramos para quitarnos las capas de ropa. Volvimos sin problemas desde ahí a la misma estación de servicios que nos vio partir hacía casi 12 horas atrás. Eran las 18:00 y estábamos regulando el carburador de Luigi para funcionar otra vez al nivel del mar. Un gran abrazo y felicitaciones mutuas otra vez por la hazaña realizada y ya planeábamos otro paseo a otro sitio, mientras recordábamos la experiencia que acababa de terminar.

En resumen. Si bien en las reuniones de los miércoles las opiniones dentro de los Eliteros peruanos estaban divididas en dos flancos claramente marcados. Nosotros, la minoría, haríamos el intento de todas maneras y los otros, la mayoría, ya nos veían como locos. Pero es cierto, hay que estar medio loco por lo menos para intentar algo así, subir a casi 5 mil metros en una scooter automática con un motor de 125 cc. carburado. Algunos nos profetizaban lo que sucedería: “El motor recalentará, se apagará, no subirán, etc…” Pero aún así y pese a que algunos Eliteros desertaron días antes del viaje, logramos demostrar que aún con una moto pequeña, podemos ser tan moteros como cualquiera. Ahora podremos mirar a los ojos y en el mismo escalón a todos los demás moteros del mundo, ya que llegar a Ticlio con una moto, propiamente dicha y de generosa cilindrada, es cosa fácil que cualquiera podría hacer. Hacerlo con una scooter diseñada para la ciudad, sólo unos pocos, los elegidos, pueden hacerlo, jeje…

[A continuación les dejo el video, partido en dos, del viaje, con imágenes inéditas de las Elite rodando desde otra Elite. No se lo pierdan]

Parte 01: El ascenso y llegada.


Parte 02: La bajada y despedida.